Teología y cultura, año 9, vol. 14 (noviembre 2012), pp. 153-158 ISSN 1668-6233
Lo que nos preocupa es la proclamación. Ahora bien, parecería ser que proclamación y preocupación son incompatibles. Una parte esencial de la proclamación es la certeza, y de esta debería surgir el gozo. Nos referimos por supuesto a la proclamación cristiana, ya que esta, por su propia afirmación, es la palabra que da certeza. Ser su servidor implica esparcir gozo. Sin embargo, esto nos lleva a reflexionar si las actividades que reclaman ser merecedoras de semejante título pueden, con justa razón, ser consideradas proclamación, sin importar cuanta energía se destine a su preparación. De todas formas, es aconsejable no efectuar afirmaciones sobre este tema. No nos animaríamos a sugerir que las dificultades a las que se enfrenta nuestro tiempo son mayores que antes; ni deberíamos, particularmente en cuanto a proclamación se refiere, dejarnos engañar tan fácilmente por las apariencias externas. Sin embargo, la impresión general es alarmante. En gran parte, el poder de la proclamación de brindar certeza parece haber desaparecido. La mayoría de los predicadores parecen arreglárselas sin ella. Es más probable que las tan poderosas prédicas que de esta forma puedan existir, obtengan su fuerza de la obligación impuesta por ley religiosa, antes que de la urgencia liberadora del evangelio.