Teología y cultura, año 8, vol. 13 (noviembre 2011), pp. 65-66 ISSN 1668-6233
Conocí a Richard Shaull en el año 1995 en Fortaleza, Brasil cuando yo servía como profesor de teología sistemática en el Seminario Teológico de la Igreja Presbiteriana Independente do Brasil (IPIB). El Dr. Shaull había sido invitado a dar unas conferencias en el seminario presbiteriano en San Paulo y nosotros lo aprovechamos para que nos dirigiera la palabra en nuestra semana teológica en Fortaleza. Tuve el alto privilegio de tenerlo a él y a su esposa en nuestro hogar durante una semana. Esto me permitió hablar con el sobre diferentes temas de interés común, lo cual me permitió conocer mejor a este gran cristiano.
Lo primero que me impresionó fue su sencillez y humildad. No era el tipo de persona que se daba importancia y no le gustaba aparecer mucho como un gran pensador ante los demás. Su trato con todos era muy agradable. A pesar de todos sus logros, su interés principal era ser fiel en su llamado a servir a Jesucristo y la Iglesia. Durante su tiempo en Fortaleza fue invitado a unas entrevistas en un programa de televisión y en el periódico más importante de la ciudad. Inicialmente, él no quería acceder aunque por insistencia del seminario, finalmente fue a las entrevistas. Respondió con calma y brillantez todo lo que le preguntaban los periodistas en un portugués nítido y claro. Se le preguntó sobre la época de la dictadura militar en el Brasil, su exilio y su ministerio cuando enseñaba en el seminario presbiteriano de Campinas. Nunca habló con amargura al ser injustamente tratado tanto por las autoridades del país como por las de la denominación del seminario. Su dominio de los temas de política, teología y filosofía era extraordinario. Una vez terminada la entrevista enfocaba toda su atención en otros asuntos de interés común. Cuando ofrecí la posibilidad de conseguirle copias de las entrevistas escritas me agradeció pero no aceptó quedar con algún recuerdo de esos momentos.
Sus conferencias en el seminario giraban alrededor del tema de misión que incluía una fuerte dosis de liberación espiritual, social, económica y política. Su interés era ser fiel al evangelio y a Jesucristo. Siempre mencionaba con mucho cariño a su mentor el Dr. Juan A. Mackay del Seminario Teológico de Princeton. Me decía cuán espiritual era Mackay y lamentaba que el Seminario de Princeton ya no seguía el tipo de espiritualidad que representaba Mackay. Me impresionó como una persona de profundas raíces evangélicas pero con una apertura a la realidad del mundo en que vivíamos. Se irritaba con los académicos que no tenían los pies sobre la tierra y no se identificaban con el pueblo en su realidad contextual.
Por esa época Shaull estaba también muy interesado en el pentecostalismo. Poco tiempo después se publicaba su libro Pentecostalism and the Future of the Christian Churches, escrito junto a Waldo Cesar, donde se analiza el movimiento pentecostal en Brasil. A pesar de mantener una mente crítica al pentecostalismo, fue muy favorable a ese movimiento. Me dijo que consideraba que la esperanza de cambios en la América Latina no estaba con las iglesias históricas sino con las iglesias pentecostales que trabajaban entre la población más pobre del continente.
Cuando el comenzó a escribir favorablemente sobre el pentecostalismo (aunque siempre con una mente crítica) fue duramente criticado por sus colegas de las iglesias históricas quienes se sentían superiores a los pentecostales social y académicamente. Shaull insistía que el diálogo con los pentecostales tendría que ser en un plano de igualdad y no una actitud de superioridad como en el caso arrogante de muchos colegas de Shaull.
Después supe que para finales de su vida se manifestó todavía más favorable hacia el pentecostalismo como esperanza para la América Latina.
Entre otros temas, me habló de su relación con Paulo Freire, el pedagogo brasileño de la educación concientizadora y cómo él ayudó Freire con su libro Pedagogía del Oprimido.
Esa semana con Richard Shaull en Fortaleza fue realmente maravillosa y nunca olvido esos tiempos de diálogo tan enriquecedores.